"La verdad tiene un sabor a disparate y a confusión, a locura y a sueño, como la vida de todos los hombres que ya no quieren seguir engañándose a si mismos. Hermann Hesse"

28 de diciembre de 2008

Fragmento del capitulo 22 de la novela "Pulp", de Charles Bukowski.

Simplemente me quedé allí sentado esperando. Unos diez minutos después sentí
un hormigueo por todo el cuerpo. Fui capaz de mover la mano un poquito.
Luego, otro poquito. Me llevé el vodka a los labios, conseguí inclinar la
cabeza y me lo bebí todo. Puse el vaso en el suelo, me estiré en la cama y
esperé de nuevo a que me entrara el sueño. Oí un disparo en la calle y
comprendí que en el mundo todo iba bien. A los cinco minutos estaba dormido.
Como todos los demás.


22

Me desperté deprimido. Miré el techo, las grietas del techo. Vi en ellas un
búfalo que se lanzaba sobre algo. Pensé que era sobre mí. Luego vi una
serpiente con un conejo en la boca. El sol entraba a través de las rajas de
las persianas y formaba una esvástica en mi vientre. El agujero del culo me
escocía. ¿Sería que tenía otra vez hemorroides? Tenía el cuello rígido y la
boca me sabía a leche agria.

Me levanté y fui hacia el cuarto de baño. Odiaba mirarme en aquel espejo
pero lo hice. Vi depresión y derrota. Unas bolsas oscuras debajo de los
ojos. Ojillos cobardes, los ojos de un roedor atrapado por un jodido gato.
Tenía la carne floja. Parecía como si le disgustara ser parte de mí. Las
cejas retorcidas para abajo parecían enloquecidas, unos pelos de cejas
enloquecidas. Horrible. Tenía un aspecto asqueroso. Y ni siquiera tenía
ganas de mover el vientre. Estaba atrancado. Me dirigí al retrete a mear.
Apunté bien pero no sé por qué salió de lado y se estrelló en el suelo.
Intenté apuntar mejor y meé toda la tapa del retrete que me había olvidado
de levantar. Arranqué un buen pedazo de papel higiénico y lo limpié. Limpié
el asiento. Eché el papel dentro de la taza y tiré de la cadena. Fui a la
ventana, miré hacia afuera y vi una cagada de gato en el tejado de la casa
de al lado. Luego me di la vuelta, busqué el cepillo de dientes, apreté el
tubo. Salió demasiado. Rebasó el cepillo y cayó al lavabo. Era verde. Era
como un gusano verde. Metí un dedo, cogí un poco, lo puse en el cepillo y
empecé a cepillarme. ¡Dientes! ¡Vaya una maldita cosa! Tenemos que comer y
comer y volver a comer. Somos asquerosos, condenados a nuestros pequeños y
sucios hábitos. Comer y tirarse pedos y rascarse y sonreír y marcharse de
vacaciones.
Terminé de cepillarme los dientes y me volví a la cama. No me quedaba
ninguna energía, ningún ánimo. No era más que una chincheta. Un pedazo de
linóleo.
Decicí quedarme en la cama hasta mediodía. Quizá para entonces la mitad del
mundo se habría muerto y sería sólo la mitad de duro de sobrellevar. Quizá
si me levantase a mediodía tendría mejor aspecto, me encontraría mejor. Una
vez conocí a un tipo que no defecaba desde hacía días. Al final simplemente
explotó. De verdad. La mierda le salió volando de la barriga.
Luego sonó el teléfono. Lo dejé sonar. Nunca contesto al teléfono por la
mañana. Sonó 5 veces y luego paró. Ya. Estaba a solas conmigo. Y como era
asqueroso, era mejor que estar con otra persona, con cualquier persona de
las que andan por ahí con sus penosas triquiñuelas y juegos de manos. Me
subí las mantas hasta el cuello y esperé.

charles bukowski

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno, yo también lo copié en mi blog después de leerlo...
:-)